31 Dec
31Dec

¿Debemos Desterrar la Frase “No Pasa Nada” al Hablarle a los Niños?

Por Vanessa Ferrer Matos

En la búsqueda de tratar de darles lo mejor a nuestros niños y al vivir de cierta manera desconectados de nuestro sentir, sin mantener una clara escucha interna de nuestra propia sabiduría, tratamos de ceñirnos a teorías, métodos o prácticas, que al ser asumidas literalmente, sin cuestionarnos y sin cuestionarlas, dejamos de ver partes de la verdad que también existen y tienen peso e importancia. 

Cada vez que nos radicalizamos en algo, nos estamos cerrando a la posibilidad de expandir nuestra visión, de crecer en áreas inexploradas, de aprender a hacer las cosas de manera diferente, es decir, nos estamos resistiendo a nuestra propia evolución.  Pero el resistirse también forma parte del camino de crecimiento, así que todo está bien, sin embargo, es importante tomar consciencia de ello y estar dispuestos a profundizar en lo que tantas veces ha permanecido como inamovible, en lo que hemos asumido como verdad rotunda. 

Hace poco leí un artículo que recomendaba que al hablarle a los niños debíamos “desterrar” de nuestro vocabulario las palabras “no pasa nada”, y aunque creo haber comprendido la esencia de lo que se quería transmitir y no dudo de las verdades que compartían, siento que es importante intentar hilar aún más profundo en cuanto al uso o no uso de una frase.  Creo que es importante recalcar que al dirigirnos a los niños, y por supuesto, esto es aplicable en todos los ámbitos de nuestra vida, no es la emisión o la no emisión de una palabra lo que realmente hace el cambio, sino el estado interno desde donde emitimos esa palabra, es decir, la energía que emanamos, lo que verdaderamente sentimos.  Eso, en definitiva, es lo que realmente crea y lo que genera una reacción en el otro, aunque no seamos totalmente conscientes de ello.  Por tanto, de nada sirve decirle a un niño “estoy contigo” sin verdaderamente estar en ese momento presente y disponible emocionalmente para él, porque es esa indisponibilidad lo que él sentirá y de manera inevitable se verá reflejada en su respuesta emocional y/o en su conducta, a corto, mediano o largo plazo.  Sin embargo, al ver la escena desde afuera y quedándonos con lo aparente, estamos utilizando palabras que se supone denotan acompañamiento y empatía, pero al no ser coherente nuestro estado interno con lo que verbalmente estamos emitiendo, son palabras que se pierden en el camino y no llegan a su destino, no llegan al corazón del niño. 

Y como es de esperar, este principio no puede no aplicarse al hacer uso de la frase “no pasa nada” o cualquier otra frase más. 

Considero que antes de hablar o actuar, es importante poder detenernos un instante para activar nuestra escucha interna y estar atentos a la forma en la que nos sentimos al momento de comunicar eso que decimos que sentimos, y tener consciencia de que ello en realidad es lo que será trascendental para el niño.  Poco sirven las palabras si nuestra energía no nos acompaña en el uso de éstas, por lo que va a depender de la coherencia, o incoherencia, que exista entre lo que pensamos, sentimos, actuamos y/o decimos, lo que el niño asuma como real. 

Y en cuanto a la frase “no pasa nada”, diría que, si sentimos en algún momento utilizarla, por poner un ejemplo (y pueden haber muchos más), luego de que el niño se haya tropezado, sabiendo por supuesto que no ha habido ningún daño físico, y si también lo hemos sentido, le hemos mostrado nuestra empatía previamente preguntándole si está bien, podemos decirle con una actitud tranquila y amorosa: “no pasa nada mi amor”, reflejándole con nuestro sentir que forma parte de la vida tropezarse, caerse y levantarse, transmitiéndole con nuestra energía, fluida y sin drama, que creemos en su poder y en la fortaleza que adquiere tras cada tropiezo, haciéndole saber que depende de cada uno de nosotros el emplear cada experiencia para continuar creciendo.   

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